
El 19 de septiembre -sí septiembre- del pandémico 2020 Primoz Roglič vivió posiblemente su día más cruel como ciclista profesional. Partió como líder del Tour de Francia en la semicronoescalada de la víspera final en París con 57 segundos de ventaja sobre su compatriota Tadej Pogacar. El pupilo de Matxin le dio la vuelta ante la estupefacción y frustración del fulminado maillot amarillo. Casi tres años después, en otra etapa similar en Monte Lussari, Roglic hizo lo propio con el ahora devastado británico Geraint Thomas, que sabe lo que es ganar un Tour de Francia en 2018, la asignatura pendiente aún de Roglic. Se le puede llamar justicia poética, que premia la virtud y, sobre todo, la paciencia y la soberbia recuperación ante los varapalos como el de Francia o el del año pasado cuando tenía media Vuelta a España encarrilada hasta su caída en la recta final de Tomares.
Así que Roglic ya tiene su primer Giro de Italia –segundo podio tras ser 3º en 2019 tras Carapaz y Nibali– y su cuarta gran prueba por etapas después de su triple consecutivo en la Vuelta a España 19-20-21, además de su segundo lugar en su fatídica Grande Boucle. En resumen, cinco cajones en apenas seis temporadas, 52 días de líder y 75 victorias como profesional a sus 33 años y en once campañas en la máxima categoría. Toda una excelsa ficha deportiva para un corredor con aún margen para seguir sumando en sus, de momento, dos años más que le ligan con el Jumbo neerlandés. Ahora, tras el preceptivo receso y las celebraciones de rigor, deben decidir si acude al Tour 2023 -el protagonista ya avisó su posible presencia si acababa de rosa- o se plantea al asalto a la que sería su cuarta ronda española e igualar a Roberto Heras como máximo ganador.
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