
El deporte vive de los resultados y de los iconos. De ganar, ganar y ganar, por un lado, y de trascender, por el otro. No siempre van de la mano. Se puede ganar mucho sin alcanzar dimensiones más allá del deporte y se puede forjar una leyenda a través del cómo y no del cuánto, sin excesivos triunfos. No es el caso de Peter Sagan, que será recordado tanto por sus 121 victorias profesionales como por su figura más allá de la bicicleta. Por sus caballitos o bailes a la hora de celebrar y por sus tres Mundiales seguidos (2015, 2016, 2017), una hazaña única e irrepetible hasta el momento. Por sus siete maillots verdes en el Tour de Francia (otro récord) y por su carisma, una pócima con ingredientes díscolos y geniales. Desde este domingo, tras competir en su última carrera como profesional, Sagan será recordado por todo ello. Posiblemente, como una estrella del rock que ganaba, y mucho, sobre una bicicleta.
Tras cruzar la meta en el Tour de Vendée, con un top-10 que hace honor a su personalidad y ovacionado por una afición que le adora, Sagan cerró una de las etapas más importantes de la historia del ciclismo. Sobre todo, del moderno, indescifrable sin su figura. El eslovaco, que se retira a una edad temprana para los estándares que se manejan en la actualidad (33 años), consiguió desde sus inicios cautivar a un público global, que iba mucho más allá del nicho habitual del ciclismo. En poco tiempo (dio el salto a profesionales en 2009, con 19 años), se erigió como uno de los grandes atractivos del pelotón, penetrando en el ámbito mediático con mucha fuerza. Hizo del ciclismo un deporte más abierto, cercano y atractivo para el espectador. Y lo entendió de esa forma que tantos otros lo entienden hoy en día: al ataque.
A partir de ahora, con el Specialized Factory Racing y después de 14 temporadas en la élite, lo trasladará todo al mountain bike, disciplina en la que empezó con nueve años y en la que, en 2008, se proclamó campeón del mundo júnior. Su siguiente objetivo son los Juegos Olímpcios de 2024. En París, Sagan, que ya compitió en Río 2016 con las ruedas gruesas, perseguirá añadir el enésimo éxito a un currículum que tiende al infinito. Con él, como se anticipaba en las primeras líneas, se asocian tanto el color verde como al arcoíris. Además, en el palmarés del eslovaco también constan victorias en las tres grandes (doce en el Tour, cuatro en La Vuelta y dos en el Giro), además de tres Gante-Wevelgem, una París-Roubaix, un Tour de Flandes, una E3 Harelbeke, siete etapas en la Tirreno-Adriático o 18 en el Tour de Suiza. Todo tipo de escenarios, siempre a ganar.
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